Cuanto más observo a los seres humanos, más nos veo. Nos veo como raza.
Ser psicóloga, terapeuta y acompañante, en este momento planetario es -como mínimo decir- interesante. Tener la oportunidad de escuchar desplegarse, tantos mundos, diversos, de diferentes colores y texturas, pero en el fondo (muy en el fondo) iguales.
Muchas personas están viviendo su momento de mayor consciencia hasta el momento, y al mismo tiempo: insatisfacción, incomodidad, sensación de planicie.
No estoy segura si esto es sorprendente a esta altura, mas yo no me acostumbro. Hay un relato similar en las personas, que habla de algo como la sensación de no lograr ir profundo en la vida. De no lograr sentir hondo, de no llegar a abrir el corazón en su totalidad.
Casi como si nos hubiésemos puesto una especie de caparazón con el afán de protegernos, pero que olvidamos cómo sacarnos cuando no estamos en peligro.
A veces cierro los ojos antes de dormir, y en el momento en que me sale un gracias lleno de todo, al instante me entra una profunda tristeza. Me acuerdo de esto, de las personas que acompaño, de mis familiares, y hasta de mi misma, hace solo unos años atrás.
A veces cierro los ojos antes de dormir, y me pregunto
¿qué nos habrá dolido tanto, para alejarnos así?
Para alejarnos, de nuestra propia capacidad de sentir.
Y me lo pregunto, porque mucho más-acá de las experiencias que me relatan, y las que yo misma me relato, más acá del dolor actual, y del trauma infantil, más acá de la herida primordial del ser humano, de necesitar entender y que no exista certeza alguna, hay algo:
Es todo el dolor, antiguo o nuevo, que nunca nos animamos a sentir. Es la tristeza, aterrada de ella misma, escondida bajo las rocas de nuestra psique. Son los llantos, tantas veces tragados, que olvidaron cómo mojar.
Eso, es lo que nos mantiene en la superficie. Eso, es justamente la puerta que venimos mirando hace años: enorme, tallada a mano, imponente y misteriosa, ésa que parece que nos grita: ABRIME DE UNA VEZ!
Pero ahí nos quedamos, inmóviles, intentando pasarle por al lado, por arriba, por abajo, pero nunca: a través.
Esa puerta, es ese dolor que no tiene nombre, porque nació antes que nosotras mismas, antes que encontráramos modos de nombrarlo.
Un dolor que aprendió a existir en silencio, pero se filtra en la insatisfacción, en la desconexión, en la ansiedad, en el pánico, en la rigidez, en la ira.
Es el dolor que espera ser sentido, para que con nuestro amor, podamos bienvenirlo.
Y hay algo que nos susurra, que debemos hacerlo, que debemos abrir la puerta y atravernos a traspasarla justo por el medio. Porque ahí vive el encuentro con la verdadera intimidad, con la profundísima capacidad que tiene la vida de existir en y a través de nuestra existencia, con nuestra capacidad de volver a confiar en que podemos sentir.
Abrirnos de par en par, llorar de emoción y de dolor, amar más profundamente cada vez, salir corriendo a hacer arte porque lo que sentimos se nos sale por los poros, es nuestra naturaleza. Es de intensidad, inspiración, intuición y de búsqueda de sentido, de lo que estamos hechas.
Mas tenemos demasiado miedo, porque nos contaron que habitar nuestros dolores era un peligro: lo hicieron desde el momento en que nos ponían algo en la boca cada vez que genuinamente, llorábamos.
Fuimos criadas por adultos, que vivieron para actuar de felices, y no reconocer su tristeza. Por hombres y mujeres, siempre perseguidos por la demonizada depresión.
Y ellos, fueron criados por personas que no se permitían cuestionarse ni una separación, incluso cuando nunca, se amaron.
Mas ahora, en nuestra adultez, hay una valentía naciente, un pulso que brota, en nosotras y nosotros, que nos guía de nuevo a casa. Estamos listos para volver a nuestra naturaleza más primaria, la que cualquier extraterrestre quisiera arrebatarnos.
Nadie puede abrir la puerta por vos, ni por mi. Mas me gustaría, contarte con algunos arquetipos, cuáles pueden ser nuestros dolores más primarios, con la intención de que cuando te sientas lista, los explores en tu propio mundo interno.
1. la abandonada
Este arquetipo encarna el dolor original del abandono, del no habernos sentido vistas, cuidadas, sostenidas o amadas como necesitábamos. No es sólo la historia personal, sino el eco colectivo del desamparo humano. De acá nace que nos tengamos miedo unos a los otros.
Muchas veces vive escondido bajo la autosuficiencia, el individualismo, el cinismo o la compulsión a cuidar (o destuir) a los demás.
2. la madre exigente
Arquetipo ambivalente que representa la herida de una nutrición emocional ausente o inestable. Puede estar dentro nuestro como una voz interior que nos niega consuelo, recibimiento, refugio, y que siempre nos exige más.
El dolor que ella guarda es el del hambre de ternura, de la aceptación de nuestro real ser.
3. la niña encerrada
Una parte esencial, luminosa y sensible de nosotras que fue exiliada, por considerarla demasiado. Es el dolor de haber tenido que reprimir la inocencia, la creatividad, la vulnerabilidad para sobrevivir.
Este dolor se esconde tras el “tengo que ser fuerte” o “no necesito nada”. Sentir este dolor es una forma de resucitar lo sagrado interno, de volver a permitirnos el juego, la duda, y la necesidad básica de amor (incluso el interior)
4. la mujer asfixiada
Encarna el dolor que se calló para no molestar, no incomodar, no romper el sistema familiar o social. Es el arquetipo del sacrificio sin voz, del cuerpo que soporta y no respira, para pertenecer. Es un dolor transgeneracional, e incluso álmico. Su llanto es el de todas las veces que no dijimos “me duele”, por miedo a perder amor.
5. la rechazada
Arquetipo de todas nuestras partes negadas, expulsadas, juzgadas, arrojadas el fondo del mar. Es el dolor del auto-rechazo, aprendido desde una mirada externa que nos enseñó qué era “amable” y qué no. Sólo al habitar este dolor, podemos permitirnos la verdadera autenticidad.
6. la sobre-adaptada.
Arquetipo de la desconexión. Representa el dolor de haber olvidado quiénes somos, de habernos adaptado tanto que ya no nos reconocemos. Su dolor es existencial, y es la base de la insatisfacción.
7. la desgarrada
Un arquetipo que puede nombrar esa vivencia del alma rota en pedazos por traumas tempranos que siempre han sido rechazados, “arreglados”, mas nunca han sido, realmente sentidos. Lleva el dolor de haber tenido que fragmentarse, para intentar no volver a tocar con esas heridas.
El otro día leí en alguna parte de instagram, un prompt de esos que le piden a chat gpt que analice la especie humana. Dijo cantidad de cosas interesantes, mas la que más me quedó fue:
los seres humanos se sorprenderían del potencial al que pudiesen llegar si tan sólo se permitiesen estar con lo que sienten, y llorar sus dolores, sin ningun tipo de mentalización ni represión, por 24 hs.
Yo estoy dispuesta y abierta, a este desafiante, pero profundo regreso a casa.
Estoy dispuesta y abierta a vivir esta vida, con toda la intensidad que se me fue obsequiada.
Y en una era, en donde se medica hasta a los niños por su intensidad, yo estoy segura, de que no es dejar de sentir lo que necesitamos. Sino todo lo contrario.
Gracias por leerme. Podés compartir conmigo lo que quieras en este post, o en los mensajes privados de mis redes: serena.metamorfosis
Te abrazo con el corazón!!
Habitar el dolor, la incertidumbrez transitar el proceso asi es
Interesante. ¿Cuánto amor existe en el mundo para que vos seas creada? Gracias